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Louder than bombs (I). 5 dic 2021, Lima.

Iberia, mediodía del domingo 5 de diciembre de 2021.

Perú, tras 11 horas de vuelo y cierto suspense para recoger lo facturado ya sin la pegatina de la despedida de Lula, que se perdía para los restos, el yerno del señor Dominguez, aguardaba paciente mi llegada excusando la presencia de su suegro. Lima se presentaba nocturna y bulliciosa, con un clamar de gentes agolpadas en la recepción del aeropuerto como si entre el gotear de pasajeros se esperara la llegada de algún artista. Era muy buena hora.

Mientras me rondaban las advertencias recibidas acerca de algunos peligros a tener en alerta del trayecto desde el aeropuerto, miraba por la ventanilla curioso mientras atravesábamos los señalados barrios de San Miguel y el Callao. No aprecié apenas nada fuera de lo que pueda ser habitual en zonas que combinan zona industrial y residencial estrechamente en cualquier ciudad europea. Naves rezagadas cerrando una larga jornada, con poco más movimiento, salpicadas de gente aleatoria. Pero en mí corría la fantasía subconsciente de imaginar esas humildes vidas aparentemente inocentes ante mis ojos, vecinas de otras más peligrosas y turbias, que por fuerzas inevitables del destino les tocaban unidas.

Cosido por la larguísima ronda litoral al más puro estilo barcelonés, (en lo esencial) estaba Barranco. Allí aguardaba mi primo Diego, a quien no veía desde aquel disco recopilatorio que me regaló de “Louder than bombs”, de The Smiths, recién salido yo de la edad del pavo. Uno de los pocos cd´s auténticos que estuvo entre los que más disfruté, y además era el recuerdo más plausible de la buena sintonía que siempre habíamos tenido pese a habernos visto escasas veces. Allí en su barrio me esperaba mi habitación en Barranco Trendy Host .

Domingo 21:30, y Diego es un figura. Allí estuvo el tío para recibirme en la puerta de mi alojamiento y ofrecerme todo lo que recién llegado podría desear. -Vamos a dar una vuelta primo, se han juntado unas amigas que viven al lado.- La música, bien aderezada, fluyó a buen volumen hasta bien entrada la noche. El domingo se tornaba sábado y Barranco hacía gala de su fama. Mención especial a Rocío Camarero, lingüista, poetisa y crítica literaria cuya solera no se limitaba a su apellido. Rebuscadora de palabras incansable por anticuadas que anduvieran, que sacó a escena la olvidada y preciosa palabra “Alcuza”, una delicatessen del castellano.

6 de diciembre,

Paseo realmente inspirador por Barranco, cumpliendo con el imaginario de barrio bohemio que guarda destellos de la personalidad de sus orígenes, sobre todo a través de la conservación arquitectónica mezclada con el arte local. Deja al visitante fundirse con una estética colonial cuidada por comercios, hospederías, cafés y restaurantes que refugian en sus calles a artistas orgullosos de exponer también su arte. Junto a estas exitosas soluciones, aguardan también su oportunidad preciosas casonas y palacetes deshabitados que mantienen la belleza pese al abandono.

Diego terminaba sus quehaceres matutinos y nos juntamos en busca ilustrarme un poco con la famosa gastronomía peruana. Tras un intento fallido en uno de sus favoritos, la curiosa tasca alternativa no defraudó. Un hincha futbolero argentino (estereotipos al poder) regentaba el Canta Rana, en cuyas paredes y techos no cabía una bufanda más. Bufandas y banderas. Arsenal, Newcastle, Millonarios, Racing Avellaneda, Flamingo, Betis, Sevilla y hasta el CD Badajoz. Escenario digno de buen pulpo, ceviche de lenguado, tiradito con calamares, zamburiñas gigantes y conchas con parmesano.

7 de diciembre,

Toca aprovechar el ofrecimiento de Diego con su inestimable carro de combate para dejarnos caer por el centro histórico de Lima antes de la cita nocturna agendada con Susana para conocer por fin Villa Molina y La Huaca.

TRÁFICO, CRUCES, PITOS, MOTORES CHAMUSCADOS, FREESTYLE…

El populoso centro histórico de Lima, es la zona de la ciudad más antigua, donde se siguen concentrando los centros de gobierno, con las destacadas plazas de Armas y San Martín, donde reside la catedral de Lima. El paseo entre éstas, prolongado hasta el Palacio de Gobierno, fue un animado sinfín de diversas gentes en todas direcciones bajo una incesante presencia policial debido a protestas recientes entorno al palacio. Solo dos recomendaciones menos conocidas a destacar, El Cordano, un pequeño pero auténtico comercio centenario fundado por genoveses pero todavía vivo, en el que hacer una parada para coger fuerzas, y situada al frente, la destacada Casa de la Literatura, antigua estación de Ferrocarril, que sin duda merece una visita a su interior.

No llegábamos puntuales Diego y yo a la cita con Susana, la elegante y divertida gran matriarca Molina, que desde luego merece también una mención especial. No por el recibimiento en el acogedor salón de su hotel de la calle Teruel, que también, sino por su energía y carisma pese a rondar las ocho décadas de almanaque tras una vida de película, con la inteligencia y la belleza como mejores armas para disfrutarla. Nos recibió junto a una de sus hijas en el salón donde corría el cava, el vino y el whisky para esperar la hora de cenar. Eran muchas las anécdotas que había oído a mis padres y mis tíos del Perú, y este era uno de los sitios marcados en el mapa. Allí compartimos abiertamente y con gran sentido del humor pasajes de su vida, incluso algunos trágicos como crecer en una sociedad marcadamente patriarcal por las costumbres familiares o dejar a su novio de siempre plantado en el altar, por un amor del que enviudó después, con mucha vida aún por delante. Convirtió la casa familiar de Lima en el hotel, para poder seguir disfrutando de una vida llena de energía y numerosos viajes. Decidimos ir a la Huaca, donde peleó una mesa para invitarnos también allí a los cuatro a una cena exquisita en un sitio muy especial donde se respetan unos restos arqueológicos. Después, lejos de retirarnos, fuimos al Gianfranco a probar uno de los licores favoritos de Susana antes de agradecer al aparcacoches de la Huaca su labor. La Sambuca era una especie de anís que no se de donde salía, pero vaya, volvimos todavía al salón del hotel a despedir una gran noche con las últimas historias célebres hasta apurar el toque de queda, y el vino. Maravillado.

8 de diciembre,

Despertar con movimiento de maletas para empezar a retomar la mentalidad del objetivo principal de la aventura, la boda de mi gran amigo Arturo. Pero aún quedaba el día entero, y teniendo que ir al aeropuerto a las 5 am, desde casa de Diego, prometía largo. Lié un poquito a Diego, seguramente cansado ya de tanta intensidad en días laborales, para venirse conmigo a La Punta, con la inestimable ayuda de su carro. Pocas referencias más allá del Real Felipe, último bastión español en el virreinato del Perú, y que era un típico barrio de pescadores que terminaba en una lengua de tierra sobre el mar, al que Diego hacía años que no iba. De camino estaba el temido Callao, con evidentes zonas de abandono municipal, pero hacia La Punta se combinaban con zonas más turísticas que me recordaban a la vieja Habana. Por la noche debía haber ambiente salsero que no caté, pero mereció sin duda la pena la visita diurna.

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